Barrancos en las Alpujarras


Por Toño. Con Gema, Carlos y Agus.

Con enorme ilusión como no podía ser de otra manera, nos dirigimos a Granada, a cumplir con nuestro propósito, hacer el sábado el barranco del Trevelez. Que mejor manera de comenzar el mes de Julio, que satisfacer deseos remotos que hasta ahora no se habían podido cumplir.

Casi transcurrido nuestro trayecto, llegábamos a la localidad de Orgiva, y en la que, en su primer semáforo, sin tener que pasarlo, tomamos una empinada calle a nuestra derecha. Alcanzado lo más alto de la calle, de las tres que nos encontramos, tomamos la de la derecha, la cual, sin dejarla en ningún momento, tras un cambio de piso de asfalto a tierra, y habiendo conducido unos seis kilómetros de pista, nos deja en lo que es una central eléctrica, la del Duque. Esta central, que intuiréis que estáis en ella por que el camino repentinamente se amplia de forma considerable, tiene un mobiliario de un par de casas de campo en estado de abandono y una entrada a la derecha, similar a un callejón, que da paso a un túnel. Tiene una hermosa puerta de valla y está cerrada. Pues bien, aqui, os guste o no, vamos a pasar la noche. Comodidades pocas, o ninguna. No hay ningún techado. Si vas en furgo triunfas, sino, como otras tantas noches, tiradito y a dormir.

Amanece el uno de Julio, y habiendo dormido bien, tras desayunar, pertrechados como exige la actividad, cuando son las 8.30, nos vamos al Trevelez. Retrocedemos unos pasos por la pista hasta la primera casa a la izquierda. Junto a ella, un camino descendente, con una reguera a su derecha, nos lleva hasta el río. Por aquí, ya en terreno plano, buscaremos, oculto entre piedra y plantas, un pequeño puente con planchas de hierro. A partir de aquí toca subir. Comenzamos con una senda evidente, pero, y esto es importante, evitar iros hacia la izquierda para no meteros en unas barranqueras secas de difícil progresión. Es mejor tomar los caminos que os conduzcan a la derecha. Veréis en lo alto las torres eléctricas. Debéis de pasar entre las dos que son de cemento. Ya estáis terminando la subida. Al final de esta, en el collado, hay una valla. Desde aquí, se ve esa arteria imponente que embellece la montaña frente a nosotros, emitiendo un rugido hueco, intimidando, diciendo quién manda aquí, El Trévelez. Ya solo queda bajar. Pasaremos la valla por la puerta que nos habilita para ello y sin dejar la evidente senda descendente, tras faldear unos metros, tomamos el camino de descenso más acusado a la derecha, y tras un giro de 180º hacia la izquierda,  casi haciendo un cambio de sentido, bajamos los últimos metros hasta la cabecera. Este camino no tiene riesgo de caída, como si lo tiene el bajar «a trocha» de manera directa, como indican algunas reseñas. ¡A por el Trevelez!

Comenzamos, tras instalar una cómoda aproximación de unos siete metros, con la primera vertical. Sobre veinte metros de rápel nos ponen en nuestro primer contacto con el agua. Unas paredes de indudable belleza oscurecen el ambiente. La pétrea escultura en la que nos encontramos a su placer promete. Un largo pasamanos de cuerda traída, como todos los del barranco, nos saca del agua, color arcilloso, proveniente del hierro que con otros elementos, componen la piedra que nos abriga, agua que, intransigente en favores, nos impedirá ver el fondo en todo el recorrido.

Foto: Peter Manschot, Al Andulus Photo Tour

Avanzamos, dichosos de lo que vemos, garganta en exquisitas formas y colores, nuestro pasillo se amplia, vuelve la luz, rápeles con recepciones de respeto, instalación muy buena, liberándote de la hostilidad de los finales de cada salto de agua, pasamos por el barranco, así denominado, de La Sangre, única salida antes del final, hoy no, puede que otro día, seguimos transitando el cauce, no más incómodo que cualquier otro barranco, y tras recodo y recodo… la anhelada angostura.

Si alguien pensaba que había cogido la medida al barranco estaba equivocado. El cariz de la actividad cambia, de nuevo la penumbra, el cauce levanta la voz, las paredes se juntan, ahora si, el Trévelez nos da la bienvenida. Las cabeceras, en su intención de hacerte una benigna recepción, lo que parece imposible viendo como impacta el agua desde arriba, quedan alejadas, expuestas a veces en exceso. Para ello haremos alarde de nuestra experiencia para llegar a ellas, enrasamos bien la cuerda, y tras descender, una vez nos libramos de ella, siempre al lado del estruendo y agitar del agua, nos damos cuenta de que lo complicado del rápel queda arriba. Meritísimos descensos por cuerda, digno cualquiera de ellos de una impresión fotográfica, hacen que la zona estrecha, con pasajes de una venustidad particular que te obliga a vender las prisas, pase más rápido de lo debido.

Llegamos al final del Trévelez, donde de nuevo sentimos el sol y un paisaje más abierto. Nos invita a dejarle por la derecha, un hito lo evidencia, dando paso tras unos cien metros a una charca que marca el final del Poqueira y la confluencia de ambos ríos. Tendremos que hacer un desagradable descenso para llegar a ella, pero la cristalinidad del agua te obligará a meterte en ella, cuando menos para quitarte ese marrón que caracteriza al Trévelez.

Para llegar al coche subirás por la izquierda natural del río, que cruza el Poqueira por el puente a tu izquierda y una estrecha senda con importante caída a tu izquierda te llevará en diez minutos a la central del Duque. Unas birras fresquitas y reponedoras mientras nos cambiamos y rumbo a Capileira.

Ahora toca buscar donde cenar a gusto y dormir a pierna suelta. Una horita de camino y hemos llegado. Atravesamos el pueblo en subida y saliendo por la única carretera, que más tarde se convertirá en una fabulosa pista, llegamos al desvío, bien señalizado a nuestra izquierda, de la Hoya del Portillo. Si continuamos de frente llegaremos, tras pasar un puente de notable barandilla y tomar un pequeño desvio a la derecha, a un área recreativa poco atrayente, que será nuestro punto de referencia para la actividad del domingo. La Hoya del Portillo, área recreativa a la que se llega sin ningún problema tanto por las sobresalientes indicaciones como por la buenísima pista, es un sitio muy recomendable para pasar la noche, como así lo hicimos nosotros. Buen aparcamiento, mesas y techado para dormir, acompañados, dada la altitud, de un fresquito que te obliga a ponerte de largo para cenar.

El día siguiente amanece en Sierra Nevada y tranquilamente nos levantamos. La actividad de hoy no lleva mucho tiempo. Nos dirigimos, ni más ni menos, que al Tajo del Cortes. No hay nada como hacer caso a los oriundos del lugar. Nos recomendaron de forma insistente realizar este descenso, corto pero sin igual, y ante todo de belleza única. No lo había oído en mi vida, así que, hacia el Tajo del Cortes vamos.

De nuevo en aquella área recreativa poco atrayente a la que se llega sin dificultad desde la Hoya del Portillo, (habremos tomado el desvío a la izquierda, pues a la derecha nos iríamos a Capileira, y al poco de pasar el único puente con barandilla, desvío a la derecha), nos pertrechamos de nuevo conforme manda la actividad. Ya habíamos visto la tarde del sábado la cascada final. Impresionante. Unos quince metros de espectacular caída con rugir desafiante te dejan perplejo.

Una breve subida desde el coche, bien campo a través o por la pista, hasta el puente, y bajamos al cauce. La entrada, de un piso jabonoso que puede con cualquier bota barranquera del mercado actual, te da vista de forma inmediata a lo que te enfrentas. Una joya pulida en piedra, con paredes de tacto deslizante, lo que es de agradecer, pues la excesiva estrechez en la que nos movemos, obliga a retorcerte, sobre todo en las cabeceras, contra ellas.

Rápeles serpenteantes de potente caudal. Recepciones en remolino pero haciendo pie. Alguna te obliga a nadar para liberarte de la pared. Tras cinco rápeles en los que el regalo visual está delante y detrás, llegamos, en casi una hora sin tregua de intenso trabajo de cuerdas, al último salto. Todo un reto. Miras la cuerda de bajada y la única conclusión a la que llegas es que el descenso sera luchando con el agua. Comienzas a bajar, miras abajo, no hay retorno. Hay que meterse de lleno . El agua te esconde. Vas zigzagueando contra las paredes, apenas ves el avance, llegas a un punto que nos da respiro, pero la inercia y relativa prisa por salir nos impiden parar. El caudal aprieta pero no ahoga y cuando empiezas a acomodarte y disfrutar del rápel la cortina de agua se abre y ves a los compañeros. Al instante tocas suelo sin problema alguno. Joder, se ha terminado. Que putada. Así es como se siente. Una pasada. Barranquete espectacular. El Tajo del Cortes. Para no olvidar.

Una sendita a la izquierda en ascenso y finalmente en escalera me pondrá en dos minutos junto al coche.

Que mejor, para concluir el finde alpujarreño, que apretarnos un plato típico del lugar. Capileira es un lugar indicado para ello. El Trevelez y El Tajo del Cortes. Barrankazos.

Chaval@/es, el Sur también existe.

2 Respuestas a “Barrancos en las Alpujarras

  1. Soy Peter Manschot, autor de la primera imagen, os agradecería si podéis mencionar «Peter Manschot, Al Andulus Photo Tour como autoría.
    Muchas gracias!

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