Por Toño & Gema
El reino de Navarra oculta en su encantadora sierra de Urbasa varios tesoros naturales, alguno de ellos latente en sus profundidades. El grupo espeleológico Geoda era en esta ocasión el afortunado de ser parte de uno de estos prodigios: La sima de Tximua.
Obedeciendo a las referencias que portabamos en esta ocasión, aparcamos los vehículos en el parking situado junto al restaurante que encumbra el puerto de Lizárraga, anexo casi al túnel.
Dotados y pertrechados del equipo propicio para la actividad, emprendimos la pedestre aproximación por la pista que parte del mismo aparcamiento, placible paseo de tres kilómetros, hasta llegar a un poste de madera con indicaciones de otras rutas. Salimos de nuestra pista por la izquierda, comenzando ahora una senda que en breve se convierte en calzada romana. Pasamos sobre un puente de chabacana arquitectura columbrando desde aquí los petizos muros que albergaban nuestra soterraña maravilla.
Acomodados en el hall de entrada, tras librar el único tramo de descenso por cuerda, la luz del día nos mostraba una pincelada de lo que acontecería. Llegabamos a esta sala en un rapel de unos veinte metros, cuerda que salía de dos spits, superaba el murete interno sobre una saca que hacía las funciones de antirroce, fraccionaba a escasos metros del inicio y desde aquí, prácticamente en descenso libre, tras engarzarse en un desviador, tocaba suelo.
Una sala esta primera que ya no deja indiferente. De muy aceptables dimensiones presenta ya un decorado, incluidas las maderas de una vetusta empalizada, que nos convencio de estar donde debiamos. Aquí pusimos a trabajar los frontales y comenzamos, ya sobre nuestros pies, a descender un alpino cono de bloques, asegurando cada paso de tan sibilina vereda. La patente lejanía de nuestra entrada nos hacia ser conscientes del enorme espacio en el que andábamos así como de la posterior subida, y aún asi, estábamos en el inicio de una duradera bajada.
Metidos ya en faena y sin haber llegado al ecuador de nuestro descenso entre bloques, guiados unas veces por flechas manuscritas, otras por pequeños reflectantes, con su constante variación a la derecha, aparecen dos estalagmitas muy particulares. Contemplandolas por nuestra izquierda seguiremos bajando, viendo ya las paredes talladas, llegando a pasos en los que, despojandonos de la saca, nos introduciremos entre bloques. Avanzando ya hacía la derecha encontramos, si cabe, nuestra más angosta entrada, la que se franqueará sin problema, ubicándonos en la que será nuestra sala más minuscula, de techo plano y con lamentables ceriballos de la no muy lejana era del carburo, tanto en suelo como en techo. Esta mínima estancia será el eslabón, la cámara de la metamorfosis, la cápsula que nos teletransportará de forma inmediata, sin fase de aclimatación, sin medias tintas, a un lugar que nada tiene que ver con lo hasta ahora vivido.
Estamos en otra cueva. Ese es el pensamiento de cada uno de los presentes. Lo primero en darse a conocer será una congerie de erectas formaciones que no sabremos definir. Llegaremos a ellas sorteando los pasos más expuestos y abocados ya al Comandante… el mundo de lo oscuro nos vuelve a deslumbrar. Nuestras retinas no asimilaban lo allí presente, en cantidad y calidad. Sin saber por dónde empezar el grupo se disuelve a discreción. Cada uno alucina con lo que encuentra. En unas dimensiones desmesuradas las paredes, alicatadas todas y cada una con coladas a elegir, los techos labrados de espeleotemas hasta la saciedad y los suelos, jardines de gours de diferentes tamaños y formas. Hay que estar. Desde el Comandante bajamos hacia la izquierda y entre formaciones sobre una colada, encontramos a nuestra izquierda a quien denomina tal prodigio subterráneo. Tximua hace acto de presencia exhibiendo su perfil derecho. Distinto, curioso, sorprendente. Seguiremos bajando siempre por el flanco izquierdo de tan titánica sala llegando a lo más profundo de la cavidad, la sala del lago.
Esta sala, situada a la izquierda, era a nuestra visita un lago de barro con manifiestas marcas de nivel que evidenciaban estar, en su apogeo, andando en algo más que un charco. Rodeándolo por la derecha llegaremos a un mágico rincón donde un gour de cuento es el final de una escalera de coladas que desciende desde el infinito. Sin llegar a este idílico recoveco frente a nosotros una respetuosa rampa que mantiene latente su cima se insinúa con descaro.
Progesabamos por ella, llegando a un paso de ascensión muy expuesta, donde aseguraremos muy bien manos y pies, aún más si cabe cuando lo haciamos en sentido opuesto. Empujados por la curiosidad continuamos la exigente subida presentándose a la lontananza una incipiente estalagmita de considerables dimensiones. El celador que, con sus erosionados acabados, similares a unos ojos que otean lo que sucede, nos controla con respetuosa seriedad. Situados junto a nuestro vigilante puedo decir con seguridad que se trata de la estalagmita más grande que haya visto. Tras esta formación la fisonomía de nuestra descomunal cavidad cambia por completo. La sala que teniamos ahora, de cariz más espartano, como todo lo anterior, presenta unas dimensiones en consonancia con lo ya visto.
Mencionar que es aquí, balizado, el pequeño desvío que nos llevará hasta la pared del fondo, donde dos spits marcan la cabecera de tres pequeños pozos.
Atendiendo a las reseñas, que los mencionan carentes de todo encanto, preferimos seguir disfrutando del interminable espectáculo. Desde la exorbitante estalagmita y ya en sentido de salida nos dirigimos hacia nuestra derecha, dado que sobre la sala del lago quedaba superficie que inspeccionar. Eureka, como diría aquel. Una sala de exquisita belleza vuelve a maravillarnos. Un suelo sembrado de pequeños gours y con coladas por doquier nos lleva a lo que para mi fue la joya de Tximua. Cayendo por la pared, una secuencia de coladas tiene como fin una talla en forma de campana con finos detalles de la erosión que la hacen una auténtica obra escultórica. Alucinante.
Desde aquí, mirando hacia la sala del lago, las luces más potentes del mercado se movían como luciérnagas a la deriva. Sin dejar de admirarnos emprendimos el camino hacia la salida deshaciendo los caminos transitados, agradeciendo a Tximua habernos dejado disfrutar de su fascinante obra. La sima de Tximua, suficiente motivo para volver a nacer.