Por Gema y Antonio.
Me es difícil recordar la vez que estuve en la Cueva del Cobre. Ya hace años de aquella sucinta visita que nos dejó con ganas de más. Vamos a ver qué nos brinda esta nueva acometida.
Nuestro punto de llegada es Santa María de Redonda, pequeño pueblo que una vez rebasado nos invita a dejar el vehículo en un parking al efecto. Llegar hasta aquí, al igual que hasta la misma boca de nuestra cueva no ofrece ninguna duda, las continuas indicaciones a la Fuente del Cobre nos habilitarán la llegada hasta la misma cavidad sin que, en cinco kilómetros de permanente ascenso, ningún paso sea en vano. Resaltar de esta pateada un bosque de acebos que no pasa inadvertido. Alcanzada ya la formidable entrada de la cueva del cobre, con un magnífico estragal, nos pertrechamos aquí mismo para realizar la actividad. Apostillar en este sentido que si bien no hay que cargar los arneses de ferretería, lo más básico para ascenso y descenso, si es muy aconsejable llevar unos escarpines. Os evitarán más de una filigrana corporal y lo agradeceréis en más de un paso.
Pues bien, ya puestos en modo espeleo, arrancamos. El itinerario a seguir es muy evidente. De ida, río arriba. Tomamos desde la misma entrada la izquierda. Un paso, ya meandriforme, nos da vista a una sala aún más grande que la entrada. Aquí ya el río se presenta como verdadero protagonista de la actividad. En nuestros primeros pasos y avanzando por un caos de bloques, evitaremos el agua por sendos flancos. A pesar de haber numerosos hitos, la anarquía en la decisión de nuestros accesos, unas veces de pie, otras gateando y otras arrastras, es lo más lógico. En nuestro recorrido siempre tendremos el mismo referente, el Pisuerga. Una vez superado el caos de bloques, el camino se acomoda, adquiere venustidad, el meandro se tapiza de multiformes betas, cada giro es un obsequio para los ojos. De vez en cuando algún paso de agua nos despertara de este sueño para evitar mojarnos a niveles indeseables. En la ida, siempre a nuestra izquierda, alguna cuerda en fijo, en pasamanos y en tirolina nos ayudará a superar algún baño que otro. En este sentido nos vino bien llevar algo de cuerda dado que la tirolina, severamente traída, tuvo que retirarse y sustituirla por cuerda nueva.
Continuamos en nuestro andar a diestro y siniestro hasta que, a nuestra derecha, una entrada a lo que sin duda se insinúa como meandro a tomar, nos ofrece una gran duda. Que hacer. La decisión fue casi inmediata pues si en un primer momento prescindimos de ella, el Pisuerga, a los veinte metros nos hizo retroceder, un remojón garantizado, sin cuerda ni ayuda ninguna que lo evitara, nos mandó a nuestro primer desvío. Si bien el inicio de esta nueva galería nos obliga a hacer alarde de las mejores mañas entre paredes para no mojarnos los pies, rápidamente se da a conocer. Un bonito meandro de sección bastante más reducida que el anterior, de lisos recodos consecutivos, de agradable progreso a pesar de los pasos atléticos que te obligan a hacer malabares con los cabos para no caer en las badinas, nos lleva a cuatro ascensos ya instalados en los que, sin ser nada largos, hay que yumar si o si. Superado el último ascenso, de unos ocho metros, el meandro cambia paulatinamente la fisonomía, las paredes se tornan más agresivas, el agua nos va dejando dando alcance a una pequeña sala fósil. Aquí, dos posibles accesos se ofrecían para la continuación, uno habilitado con fina cuerda y de forma tubular, que tras diez metros de trepada, continuaba con otros tantos de más cuerda y terminamos desestimando. El otro acceso en forma de galería meandriforme como no podía ser de otra manera, de morfologia diferente a los otros, serpentea por unos cien metros, apareciendo poco a poco tenues formaciones blancas por el techo. Ya en este punto y de forma súbita tras uno de los últimos recodos, el techo desciende recargado de multitud de formaciones, blancas, que a la luz de los frontales, daban entrada a un petreo bosque de color azul.
Una sala de techo bajo que, sin tener nada que ver con todo lo visto en el nacimiento del Pisuerga, aunque fuera en decúbito, fue un auténtico deleite a nuestra vista, idílico rincón que tomamos como punto de retorno. Huelga decir que no por ser camino pisado pierde un ápice de interés, la Fuente del Cobre como así la llaman, mantiene el nivel de belleza en ambos sentidos. Cavidad al igual que otras muchas digna de admiración.
Pasada la gélida noche junto al parking, nos levantamos con la intención de disfrutar de otra cavidad palentina, la cueva de Honseca. Nada más pasar la localidad de Velilla del Río Carrión aparcaremos el vehículo en una explanada a la izquierda. Según se sale del coche y a unos cincuenta metros ya se columbra el acceso inferior. Llegados a el nos llevamos un fiasco, pues si bien es sabido que tiene una verja, no esperábamos encontrarla cerrada con candado. Queda el acceso superior. Alcanzado éste, próximo al inferior, la sorpresa de encontrar el anterior cerrado no fue nada comparada con la que nos llevamos al ver la entrada superior.
Un trabajo de ferralla y soldadura nivel diez sobre ocho, servía de cerrojo al reducido acceso, infranqueable para el mismísimo Papillon, por lo que las ilusiones de hacer la cueva de Honseca se fueron al traste.
Ya metidos en labores de investigación profunda y en el pueblo de Velilla, conseguimos de primera mano la información al respecto (por cumplimiento con la ley de Protección de datos, me veo obligado a no desvelar la fuente). La cueva lleva cerrada tres años y de momento así va a permanecer. Todo aquel que la tenga como objetivo a corto plazo que se olvide de ella. Chavaleria, tal y como están las cosas, viviendo en la era del Cerrojazo Cavernario, el hallar ceriballos de millones de años en nuestras actividades subterráneas, que beneficio nos aporta a los espeleólogos?